Como póslogo del libro, Juanca Kreimer comparte su lectura de Tortugas radioactivas:

¿De dónde sale esta voz, la que rescata en líneas de pocas palabras lo que se ve en lo que se vive y se hace de cuenta que no existe?

Esas pequeñas percepciones no oficializadas que van creando tramas subterráneas que otro ojo nos hace ver, que no escuchamos y que nos indigestan.

Las tortugas radiactivas podrían ser los probióticos para disolver ese alimento no procesado.

Leí estos poemas hace un par de años en un momento en que yo estaba muy lábil y el libro todavía se llamaba Playa hundida. Solo podía hundirme de a uno por vez, después necesitaba pasar a otra cosa. Una noche, qué noche, no pude dejarlo hasta el final y le escribí a Ank lo hondo que me había llegado con su “economía de sensorialidad”. Con pocos trazos, todo queda dicho. Digo: hace que uno se lo diga a sí mismo.

“En lo negado todo se parece”, ella pone entre guiones para que sepamos que no viene a hablar de cotidianeidades periféricas. Sino de lo que se pudre por falta de oxígeno. O carbono.

Sean tiros con que el novio persigue a la ratita, el rulo que ella, Ank, hace al final con la ratita, las observaciones heavies que aparecen en medio de cualquier tramo, como tierra poblada, el tren que pasa cerca del Argerich casi rozando las paredes, el entierro del perro…

Sea un personaje que vive en una caja o las respuestas pregrabadas que para hablar con un operador te piden marque dos y te vuelven a repetir todo. O la sensación de lugar en el mundo que da apoyar la espalda contra un ángulo…

Los fraseos de Ank van desde “lo que vive donde lo vivo ralea” hasta que la vergüenza queda metabolizada.

Hubo un tiempo en que las tortugas “fueron sirenas talladas en los mascarones de proa”,  y de lo que soñaban nacían otras realidades. De éstas salen los dedos que escriben para hablar del desgarro que respira por debajo de todo lo narrado. A esa dimensión pertenecen el ojo que percibe hasta lo que late entre las partículas y esa voz que enumera para no gritar o no agarrar un cuchillo y salir dibujando equis en el aire, caiga cuanto caiga.

La realidad de la que viene a dar cuenta Ankoku Hikari (Luz Pearson para el DNI) está en el contraste de los blancos que hacen de fondo a sus palabras, en el eco de esas percepciones a las que les cerramos los ojos y ¡glup!

¿De dónde si no de este compost puede salir poesía-entraña como la suya?